El primer día de la Fiesta de los Ácimos, los judíos sacrificaban el cordero pascual. Por eso los discípulos, siguiendo las instruciones de Jesús, prepararon el cordero y lo hicieron inmolar en el templo. Lo comerían juntos con lechugas silvestres, diversas clases de hierbas que usaban como ensalada, salsa, un preparado de higos, dátiles y granos de uva formando una pasta, y rebanadas de pan ázimo, es decir, pan sin levadura. Los discípulos, pues, preguntaron al Señor dónde quería celebrar la cena; y Él les indicó cómo podrían encontrar la casa. Prepararon todo en una sala con mesas y bancos acolchados, y al atardecer, cuando llegó la hora, Jesús se puso a la mesa y los apóstoles con Él para celebrar la cena pascual. Jesús les dijo: "Cuanto había deseado que llegara el momento de comer con vosotros esta Pascua antes de mi pasión porque será la última vez". Luego se humilló y sabiendo que era Señor de cielo y tierra, quiso enseñar a sus discípulos el valor de la humildad y del servicio. Y aunque había amado a sus discípulos los amó hasta el extremo. Se levantó de la mesa y se quitó el manto. Tomó una toalla y se la ciñó a la cintura. Después cogió una palangana llena de agua y comenzó a lavar los pies a los discípulos. Era costumbre entre los judíos lavarse los pies al entrar en casa ya que iban en sandalias o descalzos y los caminos eran de tierra. Además era un signo de acogida cuando llegaba un invitado, y los criados y siervos lavaban los pies a los invitados al entrar en casa. Por eso cuando llegó al sitio donde estaba Pedro, esté quería negarse, ya que admiraba demasiado a su Maestro al que había reconocido como Dios. No podiá entender que Jesús le lavara los pies como si fuera un siervo o un criado. Pedro le dijo: "¡Señor, tú lavarme los pies a mí!, ¡De ninguna manera!" Jésús le miró y le contestó: "Lo que yo hago ahora, tú no lo entiendes. Lo entenderás más tarde". Pedro le volvió a decir: "¡Jamás me lavarás los pies!". Entonces Jesús le dijo: "Si yo no te lavo los pies, no puedes ser mi discípulo y ya no serás amigo mío". Entonces Pedro contestó: "Señor, en tal caso no sólo los pies. Lávame también las manos y la cara". Jesús le dijo: "No es necesario, Pedro, vosotros estáis limpios aunque no todos". Después de lavarles los pies, se puso el manto, se sentó a la mesa y les dijo: "¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis Señor y Maestro, y decís bien porque lo soy. Pues bien, si Yo, el Señor y el Maestro os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros unos a otros. Yo os he dado ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo. Os aseguro que el criado no es más que su amo, ni el enviado más que quien lo envía. Ahora ya lo sabéis y si hacéis esto seréis felices". Entonces se pusieron a cenar. Cuando estaban cenando les dijo: "Uno de vosotros que come conmigo me traicionará". Todos se asustaron, y, entristecidos, le preguntaron uno tras otro: "¿Señor, soy yo? ¿Soy yo?" Jesús les dijo: "Es uno que mete su mano conmigo en el plato. Yo debo ir por el camino que mi Padre me ha destinado. Pero ¡ay del hombre que traiciona al Hijo de Dios! Le sería mejor no haber nacido". Jesús mojó el pan y se lo díó a Judas Iscariote. Entonces Jesús le dijo: "Lo que vas a hacer hazlo pronto". Judas tomó el bocado y salió enseguida. Era de noche. Mientras estaban sentados a la mesa, tomó Jesús pan y pronunció la acción de gracias. Luego lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomad y comed. Esto es mi cuerpo". A continuación tomó el cáliz con vino, oró sobre él, les dio a beber a todos y dijo: "¡He aquí la nueva alianza de Dios con vosotros! Esta es mi sangre que será derramada por muchos. Ya no beberé vino sobre la tierra hasta que vuelva a beberlo en el reino de mi Padre". Seguidamente cantaron el himno de alabanza a Dios y salieron juntos al monte de los Olivos.
Los sacerdotes y los fariseos se reunieron en el palacio del Sumo Sacerdote Caifás y celebraron un consejo para ver de qué modo podían apoderarse de Jesús y darle muerte. No querían que coincidiese con la fiesta de la Pascua, para que el pueblo que seguía entusiasmado a Jesús, no se amotinase contra ellos. Judas Iscariote, el discípulo que traicionó a Jesús, decepcionado y avariento de dinero y de poder, fue a verlos y les dijo: "¿Qué me dais si os lo entrego?" Ellos se alegraron y le prometieron darle treinta monedas de plata. Judas aceptó el trato y buscaba la ocasión para entregar secretamente a Jesús a sus enemigos. |